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sábado, 9 de febrero de 2013


COLOMBIA

Al entrar a Colombia empezamos a ver hombres vestidos enteros de blanco, con el pelo largo, muchos de ellos sin zapatos. Iban con una calabaza rellena de cal en las manos, metiendo y sacando un palito para chuparlo. Dicen que la cal ayuda a activar las hojas de coca que van mascando. Los koguis -como se llaman- viven en la Sierra Nevada colombiana desde antes de la llegada de los españoles. Hoy, viven prácticamente de la misma manera que entonces.


Lo mismo con las playas del Tayrona: el paso del tiempo y, sobre todo el avance de nosotros los hombres, las ha dejado de lado. Quizás por eso son una de las playas más lindas que hemos visitado hasta ahora.
Entramos a Colombia los primeros días de noviembre y salimos de aquí la segunda quincena de diciembre. Poco más de un mes sólo en la costa caribe: la Guajira, Santa Marta, Barranquilla, Cartagena y sus alrededores. Las playas son preciosas, paradisíacas. Bueno, no todas (en Taganga encontramos sólo latas y basura cuando nos metimos a bucear con los locales), pero el que busca, encuentra. Sobre todo en Tayrona.

Riohacha fue la primera ciudad donde nos quedamos, según la Lonely Planet, un lugar de paso. Pero no. Ahí se encuentra de todo un poco, sobre todo buen kite surf. Nosotros arrendamos unos kayaks y nos metimos al mar. De ahí remamos y entramos al río, que no era ancho pero sí profundo. Llegamos río arriba entre manglares, pájaros y una vegetación desbordante. Italo y Vilyer -nuestros nuevos amigos colombianos- no nos dejaron irnos sin conocer cada rincón. Ya sea andando en bicicleta, caminando bajo la lluvia o vagando por las noches. Todo vale.


Artesanias Wayúu en la costanera de Río Hacha

Muelle en Río Hacha con Vilyer y su mamá.


Algo habíamos oído sobre unos spots para el surf, así es que empezamos a buscarlos. Palominos prometía buenas olas, pero no cumplió sus promesas. Sí nos encontramos con JP Pulgar, el Rata Tano y Camote, en una impresionante coincidencia. Hicimos un asado y los invitamos a pasar la noche con nosotros. Al día siguiente, ellos emprendían su camino de regreso y nosotros retomábamos la búsqueda de olas.
Hasta que las pillamos. Estaban en Casa Grande. Chago: Tuvo un gran progreso aca. Anita: Tomo clases, con lo cual se pudo correr un par de olas, despues en solitario cambio de estrategia y paso definitivamente al bodyboard.
Hasta que tuvimos que partir de una a Cartagena. Nos esperaba ahí nuestra familia. En realidad, un pedacito de ella.

Palomino post asado, de izquierda a Derecha: Pulgar, Rata, Anita, Camote, Tano y el Chago.  

Taganga


Fue entonces que abandonamos a Bongalette a su suerte y nos adentramos en hoteles con aire acondicionado, piscinas y todo ese tipo de comodidades. También recorrimos Cartagena, una ciudad antigua rodeada por un fuerte tremendo con vistas a todas partes y túneles osuros que llevan a quién sabe donde. El centro histórico parece salido de una película, y puedes perderte horas caminando por ahí, porque es enorme.

En las entrañas del Castillo San Felipe en Cartagena de Indias.
En el vuelo a Cartagena a mi papá le recomendaron "el Sincelejo", el cual el supuso que era un restaurante, después de hacernos buscarlo durante horas por Cartagena lo pudimos encontrar... Aunque si servia los mejores ceviches de camarón del sector!
Ciudad Amurallada, Cartagena de Indias

Cartagena de Indias
Ciudad Amurallada, Cartagena de Indias
El mítico volcán Totumo! Este pequeño montículo de tierra es en realidad un volcán el cual en su cráter esta lleno de barro caliente, pero por razones bastante obvias no nos atrajo mucho "bañarnos" en barrio caliente.
Islas del Rosario
Paparazzeando en Cartagena

Y volvimos a quedarnos solos. La verdad no tanto porque no éramos la única casa rodante dando vueltas por ahí y porque nos hicimos buenos amigos en Cartagena. y Aquí nos quedamos un par de semanas para hacer todo el papeleo para cruzar a Panamá, ya que no hay carreteras que los unan -La selva del Darién parece impenetrable- y tuvimos que cruzar por mar.

Entre trámite y trámite aprovechábamos de ir a refrescarnos a las piscinas de lo que había sido nuestro hotel, o de usar el gimnasio o las duchas. Un par de veces sacamos uno que otro panecillo del mesón del desayuno. Íbamos tan bien en nuestro plan de seguir utilizando las bondades del hotel incluso semanas después de hacer el check out, que se nos ocurrió la mala idea de invitar amigos. Nunca más pudimos volver ahí.

Getsemaní, Cartagena de Indias
c
Cartagena de Indias
Getsemaní, Cartagena de Indias
La Esmeralda amarrada al Muelle Turístico de Manga, Cartagena de Indias
En la Proa de la Esmeralda 


18 de diciembre. Por fin se acabaron los trámites, porque parecía que nunca lo harían. Ese día, después de desarmar todo y convertir a Bongalette en un Bunker, lo vimos partir. Al fin.
Nosotros seguimos en Cartagena unos días más, ahora a bordo de Derobade, un velero hecho en Francia a mano por su propio dueño hace unos cuarenta años. Una leyenda del mar.

Preparando el Bonga para su largo viaje, desarmamos todo el porta equipajes de atrás , bloqueamos las ventanas, separamos la cabina del resto de la casa rodante y metimos todo atrás  Lo mas cercano a un bunker. Aunque Santiago tuvo que bajar y subir todo de nuevo en el puerto para la inspección Anti-Narcoticos!


Equipaje para el viaje a Panamá en velero, via San Blas.  Cabe destacar que de todo lo que se en la foto  lo único que tiene ropa, útiles de aseo, billetera, etc.. es la bolsa de supermercado. 

En el interior de Derobade con el Abuelo, aquí pasamos una semana mientras el Bonga esperaba paciente en el puerto su turno para subir al buque. Mientras nosotros debíamos viajar todos los días al puerto, a aduana, a la policía  a las oficinas,etc... en busca de papeles, timbres, estampas y demases.
Muchas gracias Abuelo!

Tomando unas pintas en el lujoso velero de otro amigo francés y su señora colombiana. El Abuelo nos presentó a toda la comunidad francesa velerista. 

Amanecer en la bahía de Manga desde el Derobade

Por fin se terminaron los tramites!! El Bonga se fue y nosotros conseguimos un capitán que nos lleve a Panamá!
San Blás, paraíso tropical, aquí vamos!




VENEZUELA

Venezuela, el país donde llenas el estanque de bencina con menos de cincuenta pesos chilenos. Pudimos llenarlo pocas veces porque sólo nos dieron ocho días de permiso para estar dentro. ¿Por qué? Un papel, un trámite y esas latas... Al entrar nos dijeron en la aduana que nos devolviéramos unos mil kilómetros para, quizás, comprar un seguro que necesitábamos. No íbamos a retroceder: paint, word y el copy-past del ciber café más cercano (y con impresora, muy importante) nos entregaron el seguro gratuitamente. Lástima que sólo por ocho días, así que nos pusimos a andar medio apurados.

Pequeña aldea indigena en la gran sabana Venezolana, pasariamos la noche en otro muy parecido pero con una cascada, serian ellos los primeros venezolanos que conoceriamos.

Pero rápido nos dimos cuenta de que es imposible andar de prisa. Si bien el diesel era casi gratis, la verdad es que pagabas eso con tu tiempo: una y otra vez nos paraban los militares a revisar el auto, a pedir papeles o simplemente a quedarnos mirando el techo esperando a que nos dejaran pasar (cuestión que puede apurarse con un par de monedas... pero preferimos esperar cada vez).

Conseguir bolívares fuertes (la moneda venezolana) a la mala es fácil: andan tipos con las manos llenas de billetes corriendo por las calles para cambiarte. Nos dieron el triple que el cambio oficial, asi que no hay quejas. Nos enteramos que ahora te dan cinco veces eso si! Nos creímos millonarios con lo que nos habían dado, pero la verdad es que tampoco era tanta plata porque la inflación es tal que los precios eran, en promedio, el triple de lo que indicaba nuestra guía, la lonely planet, de hace dos años.

Gran sabana Venezolana, sin duda un lugar único


Pero igual nos alcanzó para pagar cada noche un estacionamiento cerrado o un camping para dormir, salvo el primer día que dormimos a los pies de una cascada con una comunidad indígena de la Sabana Venezolana, nuestro lugar favorito del país, por su tranquilidad, sus cielos de todos colores y su paisaje parecido a la patagonia argentina, aunque un poco más verde,  con cerros altos y acantilados de roca.
Y menos mal que dormimos en lugares seguros. Sólo un ejemplo: el recepcionista del hotel donde dormimos en Maracay (la verdad es que dormimos en el estacionamiento no más, pero sonaba más lindo así) terminaba su turno a las 9 de la noche y vivía a cinco cuadras de ahí. Sin embargo, pasaba la noche durmiendo sentado en un sillón en vez de caminar esas cuadras por miedo. Y eso es lo que vimos: miedo. Miedo a la delincuencia, a la inseguridad. También conocimos a más de uno que fue víctima de un secuestro exprés, como le llaman.  Como su nombre lo dice, se trata de un secuestro que dura poco, siempre y cuando los familiares lleguen de inmediato con la plata que se les pide.

Gran sabana Venezolana


Pero bueno, además de todas estas particularidades, en Venezuela encontramos gente amable y lindos paisajes. Aunque cruzando desde Santa Helena (extremo suroriente) hasta Maicao (la otra punta; el noroeste) en sólo ocho días somos conscientes de que nos faltaron muchos lugares por recorrer y cuestiones de todo tipo por descubrir.

Venezuela